El repartidor de periódicos

A tu pequeño ritual. Poema dedicado al trabajo que haces.
Es una danza, cada acción ritmada, el ritmo que se revela entre tus manos y los objetos, entre tu cuerpo y el espacio que lo rodea, que le da soporte. Tus pies gentiles te portan. ¡Vamos a celebrar tu danza y la mía, el movimiento del mundo, por el placer sin palabras que nos une!

Le crieur de journaux

Ton petit rituel: poème dédié au travail que tu fais. C’est une danse, chaque action est rythmée, d’un rythme qui se révèle entre tes mains et les objets, entre ton corps et l’espace qui l’entoure, qui le supporte. Tes pieds gentils qui te portent. Célébrons alors ta danse et la mienne, le mouvement du monde, pour le plaisir sans paroles qui nous rejoint. 

Diario de (una) pandemia

“La felicidad no es el único don que nos da la vida” -dijiste / vacía por tanta pérdida / La felicidad no es el único… / Susurro, frente a las piras que no se sacian de cadáveres
en el año mil trescientos y tantos.
En el año dos mil y otros tantos 
diría lo mismo frente a los plásticos protuberantes  / …querría decir.
En la barriga de la pulga duerme la fatalidad diminuta.

¡El teatro no es tenis! O los peligros de la tentación de lo virtual

« Estando reunido el pueblo romano en el teatro para celebrar los juegos de Apolo, se anuncia un ataque de Aníbal, quien estaría a las puertas de Roma; el teatro se vacía, los hombres toman sus armas y corren a contener al enemigo. Los juegos habían sido interrumpidos; una grave falta religiosa. De pronto, en la mitad del circus, se ve a un anciano, ya muy entrado en años para combatir, quien había seguido bailando al son de la flauta; los juegos no habían sido interrumpidos. De allí la fórmula que se ha hecho proverbial, “nos hemos salvado, un viejo está bailando.” »

Valeria, psique o como en un cuadro de Chagall

Te abismas en lo incógnito preciso.
La precisión exige silencio. No es un salto, no tiene la furia del emprender. Alargas tu angustia de anguila en tu esfera armilar. Temer deviene viento parlante que atiendes, que descubres emoción maleable. Extiendes tu angustia trocándola manto emplumado.
Tus tiempos todos, tus espacios todos. Eres.

Marina

Hago una oración cada noche. Sabes que no creo en Dios, pero me gusta invocar al ángel de la guarda y en dejarlo nacer en mí como imagen, primero, lo arrojo más allá de mí, de mis solitarias fronteras, de mi insobornable exilio (ah, debo recordar ahora los desfiladeros que con mis yemas he besado…). Él sí puede extender sus alas sobre los rostros quemados por el sol. Él sí puede fijar su mirada impotente pero serena sobre los pies descalzos y los fluidos encostrados de los niños. Yo no, yo no. Lo envío a él y me obligo a no voltear la mirada. Tanto silencio desde mi patria. Y yo con las palabras quemándome las manos, estrellándose en mis carrillos, sometiéndose en mis labios. Se quedan ahí mismo porque no hay derrotero. Guardan la promesa del “momento justo” -¿acaso existe un justo momento?

Fragilidad

Una fragilidad que se expone y que al hacerlo se atenúa. “Dire, pour l’atténuer, la fragilité de la vie”. « Decir, para atenuarla, la fragilidad de la vida ». Un decir encarnado por miles de cuerpos en las calles de Colombia, decir que se reconoce en otras voces como compartido: si algo nos une, esta fragilidad que hoy denuncia que la injusticia ha franqueado un límite que no era posible franquear sin desatar este ardor. Los testimonios de otros tiempos agitan los fueron internos y se oyen tan cerca unas voces, tan dentro, que parece que los muertos por zarpazo violento, por abandono impasible, por el hábito de “la historia” en su repartición de roles, se entremezclaran con los vivos. 

Si Shakespeare avait été une femme…

Si Shakespeare avait été une femme, aurait-t-elle écrit avec hâte, pour suivre l’allure de sa pensée, les beaux ïambes parfaitement enchaînés? Aurait-t-elle déclamé ces lignes devant un public assoiffé de mots et de gestes? Mais si les femmes ne pouvaient pas jouer au théâtre! Elles ne pouvaient même pas écrire!  Attends un peu. Il neLire la suite « Si Shakespeare avait été une femme… »